Cómo es el alma, requeriría toda
una larga explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por
supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza que,
como si hubieran nacidos juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues
bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ello buenos, y buena
su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay,
en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos
caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos
elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen.
Necesariamente, pues, nos resultará
difícil su manejo. [...]
Tal como hicimos al principio de
este mito, en el que dividimos cada alma en tres partes, y dos de ellas tenían
forma de caballo y una tercera forma de auriga, sigamos utilizando también
ahora este símil. Decimos, pues, que de los caballos uno es bueno y el otro no.
Pero en qué consistía la excelencia del bueno y la rebeldía del malo no lo
dijimos entonces, pero habrá que decirlo ahora. Pues, bien, de ellos, el que
ocupa el lugar preferente es de erguida planta y de finos remos, de altiva
cerviz, aguileño hocico, blanco de color, de negros ojos, amante de la gloria
con moderación y pundonor, seguidor de la opinión verdadera y, sin fusta, dócil
a la voz y a la palabra. En cambio el otro es contrahecho, grande, de toscas
articulaciones, de grueso y corto cuello, de achatada testuz, color negro, ojos
grises, sangre ardiente, compañero de excesos y petulancias, de peludas orejas,
sordo, apenas obediente al látigo y los acicates. El otro, sin embargo, que no hace ya ni caso
de los aguijones, ni del látigo del auriga, se lanza, en impetuoso asalto,
poniendo en toda clase de aprietos al que con él va uncido y al auriga, y les
fuerza a ir hacia el amado y traerle a la memoria los goces de Afrodita. Ellos,
al principio, se resisten irritados, como si tuvieran que hacer algo indigno y
ultrajante. Pero, al final, cuando ya no se puede poner freno al mal, se dejan
llevar a donde les lleven, cediendo y conviniendo en hacer aquello a lo que se
le empuja.
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Fedro, 246a, 253b-254a
Prof. Lic. Claudio Andrés Godoy
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