“427. La
aparición de los filósofos griegos desde Sócrates es un síntoma de decadencia;
los instintos antihelénicos toman la supremacía...
La
«sofistica» es aún completamente helénica -incluidos Anaxágoras, Demócrito, los
grandes jónicos-; pero como formas de transición. La polis pierde su fe en la
peculiaridad de su cultura, en el derecho de dominio sobre cualquier otra
polis... Se cambia la cultura, es decir, «los dioses», por lo que se pierde la
fe en el derecho primordial del deus autochthonus. Se mezclan los bienes y los
males de diversas procedencias; se hacen borrosos los límites entre el bien y
el mal... Éste es el sofista.
El
filósofo, por el contrario, es la reacción; él quiere la antigua virtud. Ve la
razón de la decadencia en la ruina de las instituciones; ve la decadencia en la
ruina de la autoridad; quiere nuevas autoridades (viaje al extranjero,
conocimiento de las literaturas extranjeras, de las religiones exóticas...);
quiere la polis ideal, mientras que al concepto de polis le ha pasado ya su
tiempo (aproximadamente como los judíos se mantienen como pueblo después de
haber caído en la esclavitud). Se interesan por todos los tiranos: quieren
establecer la virtud con force majeur.
Paulatinamente,
todo lo puramente helénico es acusado como responsable de la decadencia (y
Platón es tan ingrato contra Pericles, Homero, la tragedia, la retórica, como
los profetas con David y Saúl). La decadencia de Grecia es interpretada como
una objeción contra los fundamentos de la cultura helénica. Error fundamental
de los filósofos. Conclusión: el mundo griego desaparece. Causas: Homero, el
mito, la moralidad antigua, etcétera.
El
desarrollo antihelénico de las valoraciones filosóficas: lo egipcio («vida tras
la muerte» como juicio final); lo semítico la «dignidad del sabio», el
Scheich); los pitagóricos, el culto subterráneo, el silencio, el terror del más
allá empleado como medio, la matemática; valoración religiosa, una especie de
comercio con el todo cósmico; lo sacerdotal, lo ascético, lo trascendente -la
«dialéctica»-; yo pienso que ya en Platón se descubre una horrible y pedantesca
sutileza de concepto. Decadencia del buen gusto intelectual; ya no se siente lo
feo y chillón de toda dialéctica directa.
Juntas van
las dos decadencias: los movimientos y extremos: a) la decadencia opulenta,
amable y maliciosa, la que ama el lujo y el arte; b) el ennegrecimiento del
pathos moral religioso, el endurecimiento estoico, la calumnia platónica de los
sentidos, la preparación del terreno para el cristianismo.
429. Los
sofistas no son otra cosa que realistas: formulan los valores y las prácticas
familiares a todo el mundo para elevarlas al rango de valores; tienen la
valentía particular a todos los espíritus vigorosos, de conocer su
inmoralidad:..
¿Se creerá
quizá que estas pequeñas ciudades libres griegas fueron guiadas por principios
de humanidad y de justicia? ¿Se puede hacer a Tucídides un reproche del
discurso que puso en boca de los embajadores atenienses cuando trataron con los
milesios de la destrucción o la sumisión?
Hablar de
virtud en medio de esta tensión espantosa no era posible sino a hipócritas redomados,
o bien a solitarios que viviesen aparte, a eremitas, a fugitivos o emigrantes
fuera de los límites de la realidad..., personas todas que utilizaron la
negación para poder vivir.
Los
sofistas eran griegos; cuando Sócrates y Platón tomaron el partido de la
justicia eran judíos o yo no sé qué. La táctica de Grote para defender a los
sofistas es falsa: quiere elevarlos al rango de personas honradas y de
moralistas; pero precisamente su honradez consistió en no hacer chascarrillos
con las grandes palabras de virtud...
430. La
razón profunda que preside a una educación en el sentido de la moral fue
siempre la voluntad de realizar la certidumbre de un instinto: de suerte que ni
las buenas intenciones ni los buenos medios tuvieron necesidad de penetrar primero,
como tales, en la conciencia. Del mismo modo que el soldado hace el ejercicio,
el hombre debía aprender a obrar. Efectivamente, semejante inconsciencia forma
parte de toda perfección: el mismo matemático obra inconscientemente en sus
combinaciones. . .
¿Qué
significa, pues, la reacción de Sócrates, que recomienda la dialéctica como un
camino para la virtud y que se divertía en ver que la moral no podía
justificarse de una manera lógica?... Pero esto es precisamente lo que
constituye su buena calidad; sin ella no vale nada...
Echar por
delante la demostración como condición del valor personal en la virtud es
simplemente la disolución de los instintos griegos. Ellos mismos son tipos de
descomposición, todos esos grandes virtuosos, todos esos grandes fabricantes de
palabras.
En la
práctica esto significa que los juicios morales han perdido el carácter
condicionado de donde salieron y que les daba un solo sentido; se les ha
desarraigado de su suelo griego político para desnaturalizarlos bajo la
apariencia de la sublimación. Las grandes concepciones «bueno», «justo», están separadas de las primeras
condiciones de que forman parte; bajo la forma de «ideas», que se han hecho
libres, son objetos de la dialéctica. Detrás de ellas se oculta una verdad, se
las considera como entidades o como signos de entidades; se inventa un mundo en
el que están como en su casa, un mundo del que proceden.
En resumen:
el escándalo ha alcanzado su colmo en Platón. Era necesario desde entonces
inventar también el hombre abstracto y completo: el hombre bueno, justo, sabio,
el dialéctico: en una palabra, el espantajo de la filosofía antigua; una planta
separada del suelo; una humanidad sin ningún instinto determinado y regulador;
una virtud que se «demuestra» por razones. Éste es por excelencia «el
individuo» perfectamente absurdo. El más alto grado de la contra-naturaleza...
En resumen:
La demostración de los valores morales tuvo por consecuencia crear el tipo
desnaturalizado del hombre: el hombre «bueno», el hombre «feliz», el «sabio».
Sócrates es un monumento de profunda perversión en la historia de los valores.
Sócrates
431. Este
cambio del gusto en favor de la dialéctica es un gran signo de interrogación;
¿que sucedió realmente? Sócrates, el que lo realizó, llegó a vencer un gusto
principesco, el gusto de lo noble: el pueblo venció por medio de la dialéctica.
Antes de Sócrates la buena sociedad rechazaba la dialéctica; se creía que ella
nos hacía vulnerables; se prevenía a la juventud contra ella. ¿A qué este
aparato de razonamientos? Contra los demás se tiene la autoridad. Se manda esto
y basta. Entre sí, inter pares, se tiene la tradición, aun sin la autoridad; y,
en último término, se «comprenden». No quedaba lugar para la dialéctica.
También se desconfiaba de aquella facilidad para encontrar argumentos. Las
cosas honestas no tenían su razón tan a mano. Es algo indecente mostrar los
cinco dedos de la mano. Lo que se puede demostrar tiene poco valor. Se desconfía
de la dialéctica y el instinto de todos los oradores de todos los partidos sabe
que es poco persuasiva. Nada es más fácil de destruir que un efecto dialéctico.
La dialéctica sólo puede ser un arma de defensa. Hay que estar en un apuro, se
tiene que ver pisoteado el propio derecho; antes no hay que hacer uso de ella.
Los judíos eran por eso dialécticos; el zorro lo es, Sócrates lo fue. Se tiene
en la mano, con ella, un instrumento despiadado. Se puede tiranizar con ella.
Quien vence queda indefenso. Se abandona a su víctima la prueba de que no se es
un idiota. Se exaspera a la gente permaneciendo fríos como la razón vencedora;
se despotencializa la inteligencia de sus adversarios. La ironía del dialéctico
es una forma de la venganza popular: los oprimidos tienen su ferocidad en la
fría punta de acero del silogismo.
Para
Platón, como hombre de excesiva sensibilidad y de fantasía, el encanto del
concepto fue tan grande que divinizó y reverenció involuntariamente el concepto
como forma ideal. La embriaguez dialéctica, como conciencia de adquirir por
ella un señorío sobre sí mismo, como instrumento de la voluntad de poderío.
437. Los
verdaderos filósofos, entre los griegos, son los que precedieron a Sócrates
(con Sócrates hay algo que se transforma). Son personajes distinguidos que se
colocan aparte del pueblo y de las costumbres, que han viajado mucho, serios
hasta la austeridad, con la mirada lenta, instruidos en los asuntos de Estado y
en la diplomacia. Ellos anticipan por encima de los sabios todas las grandes
concepciones de las cosas: representan ellos mismos esas grandes concepciones,
ellos mismos se hacen sistema. Nada da una más alta idea del espíritu griego
que esta fecundidad repentina en tipos, esta integralidad involuntaria en la
serie de las grandes posibilidades del ideal filosófico. Yo no veo más que una
gran figura entre los que siguen después; figura tardía y necesariamente la
última: el nihilista Pirrón; su instinto va dirigido contra todo lo que, en el
intervalo, alcanza supremacía, los socráticos, Platón (Pirrón vuelve, por
encima de Protágoras, a Demócrito...).
La «sabia»
fatiga: Pirrón. Vida humilde entre los humildes, nada de orgullo. Vivir de la
manera vulgar; venerar y creer todo lo que los demás creen. Guardarse de la
ciencia y del intelecto, de todo lo que hincha. Ser, sencillamente, de una
paciencia indescriptible, ser indiferente y dulce. Un budista de la Grecia,
crecido entre el tumulto de las escuelas; tardío; fatigado; la protesta del
cansancio contra el celo de los dialécticos; la incredulidad que inspira a las
almas fatigadas la importancia de todas las cosas. Ha visto a Alejandro, ha
visto a los penitentes indios. Sobre tales hombres, tardíos y refinados, todo
lo que es bajo, todo lo que es pobre, todo lo que es idiota ejerce seducción.
Esto narcotiza, esto distiende (Pascal). Por lo demás, viven y sienten con las
gentes, al unísono de las gentes, tienen un poco de afecto para todo el mundo,
tienen necesidad de calor, esos hombres fatigados... Superar la contradicción;
nada de lucha; no desear las distinciones honoríficas; negar los instintos
griegos (Pirrón vivía con su hermana, que era comadrona). Disfrazar la
sabiduría para no llamar la atención, cubrirla con un manto de pobreza y de
harapos: ir al mercado a vender cerdos de la India... La dulzura, la caridad,
la indiferencia: despreciar las virtudes que necesitan «pose»: colocarse a un
nivel uniforme, aun en la virtud; última victoria sobre sí mismo, última
indiferencia.
Pirrón es
semejante a Epicuro: representan el uno y el otro dos formas de la decadencia
griega. Están emparentados por su odio a la dialéctica y a todas las virtudes
histriónicas -las dos cosas reunidas se llamaban entonces filosofía-; con
intención, estimaban poco todo lo que amaban los filósofos; escogían para designarlo
los nombres más vulgares y más despreciados; representar un estado en el que no
se está ni enfermo, ni sano, ni muerto, ni vivo. Epicuro es más ingenuo, más
idílico, más reconocido; Pirrón más experimentado, más bajo, más nihilista...
Su vida fue una protesta contra la gran doctrina de la identidad felicidad,
virtud, conocimiento). No se acelera la vida verdadera por la ciencia: la
sabiduría no nos hace «sabios»... La vida verdadera no quiere la felicidad, se
desinteresa de la felicidad...
438. La
lucha contra «la antigua fe», tal como la emprendió Epicuro, era, en el sentido
riguroso, la lucha contra el cristianismo preexistente, la lucha contra el
mundo antiguo ya obscurecido, contaminado de la moral, penetrado del
sentimiento de la falta, viejo y enfermo.
No es la
«corrupción de las costumbres» de la antigüedad, sino precisamente su moralismo
lo que crea las condiciones bajo las cuales el cristianismo puede hacerse dueño
de la antigüedad. El fanatismo moral (en resumen: Platón) destruyó el fanatismo
transmutando su valor y vertiendo veneno en la inocencia. Deberíamos, por
último, comprender que lo que con esto fue destruido era una cosa superior, si
se la compara a lo que domina luego. El cristianismo salió de la corrupción
psicológica, echó raíces en un suelo corrompido”.
_________________________________________
La voluntad de poder, texto de Textos de los grandes
filósofos: edad contemporánea, Herder, Barcelona 1990, p.82-88.
Prof.
Lic. Claudio Andrés Godoy